1.5.12

Vivir sin prisa

Unas 20 noches han pasado desde que me quedé viendo videos instructivos sobre como mejorar la técnica mientras uno toca la bateria. Ejercicios simples y muy repetitivos, diseñados para incrementar la destreza y la velocidad.

En uno de esos videos hablaban de la mano no dominante. Sip, si eres zurdo, la derecha y viceversa. Y sugerían que para mejorar la destreza y la coordinación de dicha mano mientras se toca la bateria, uno no solo la use para eso, sino que comience a incorporar actividades que normalmente hace uno con su mano dominante en la agenda de la mano no dominante.

Asi que comencé a cepillarme los dientes con la mano izquierda (comer con palillos chinos con la mano izquierda vino después, pero esa es otra historia).

La primera vez que uno toma el cepillo con la mano no dominante para cepillarse los dientes se ve confrontado con una torpeza a la que no está acostumbrado. Nada parece estar en su sitio, como si te hubieran reacomodado los dientes, estos ya no se sienten en el lugar correcto y el cepillo da tumbos al interior de tu boca intentando encontrarlos. Por supuesto que los embates del cepillo son ineficientes, les falta fuerza, les falta precisión, les falta cadencia. Aún así el ejercicio es muy divertido, fuera de lo común, un punto que se aleja de la cotidianeidad.

A la mañana siguiente volví a tomar el cepillo con la izquierda y nuevamente comencé el ritual. Cabe mencionar que dado lo ineficiente del cepillado, este se extiende unos cinco minutos más de lo habitual. En lugar de tardarme cinco minutos lavandome los dientes, me tardo diez. Y asi sigo, varios días, mis cepilladas con la izquierda lentamente van mejorando, la retroalimentación de la mano con respecto a la posición de los dientes se va afinando, todavía falta fuerza, pero los movimientos comienzan a ser más finos.
Entonces, un día en la noche, llego muy tarde, deben ser las 3 de la mañana, me urge cepillarme los dientes, tienen esta sensación de sucios que se da después de una buena cena el día que al medio día no pudiste lavartelos y alguien te ofreció además unos caramelos de canela. Estoy muy cansado y me quiero ir a dormir. Me acerco al lavabo y de una manera automática pongo pasta de dientes en el cepillo y lo tomo con la mano derecha. Estoy a punto de empezar a cepillar, pero no lo hago. Me cambio el cepillo de mano y comienzo, lenta y torpemente como lo llevo haciendo los últimos días. Sé que no me voy a dormir en cinco minutos sino en diez.

Justo lo veo como el momento en que se pierde la voluntad, el punto de quiebra donde la practicidad mata al esfuerzo sostenido. ¿Para qué seguir aprendiendo algo que uno ya sabe hacer de manera eficiente? ¿Y todo por qué? ¿Por ganar cinco minutos?

Cinco piteros minutos bastan para meter al cajón del abandono los proyectos en sus etapas más tempranas. Y no solo pasa con cepillarse los dientes, lo he visto suceder con mil cosas: Las dietas, los propositos de año nuevo, las firmes intenciones de aprender un idioma, o aprender a tocar un instrumento, o hacer un proyecto de fotografía de 365 días, o escribir un libro, o cualquier cosa que requiere invertir más de seis meses de tu tiempo.

Del mismo modo, he visto el final de los esfuerzos desde el otro lado. Seis meses después ya terminaste de leer una novela que ahora está entre tus libros favoritos, o ya bajaste esos kilos que te estorbaban, o ya sabes hablar un tercer idioma. Y todo eso se va al coño, la mayoría de las veces, porque queremos ahorrarnos cinco minutos.

Nunca más. Escojo activamente vivir una vida sin prisa, en la que el tiempo dedicado a convertirse en una persona mejor cada día es la mejor opción, escojo invertir al largo plazo, cinco minutos de sueño, o cinco minutos más de cualquier cosa no valen la pena, la tirada es más grande. Mis proyectos son más ambiciosos que cinco minutos.